TIEMPO DE VARIEDAD
Por Rodrigo Rosales Escobar
Mi familia formó parte de los 43 mil habitantes que en 1960 conformaban la ciudad de Colima. Los tradicionales paseos de esta ciudad eran en los portales del centro, la estación del ferrocarril, el parque de la Piedra Lisa y las albercas de San Cayetano, donde funcionó en el siglo pasado, la fábrica de hilados y tejidos, creada por Don Ramón R. de la Vega, gobernante juarista con una visión adelantada a su tiempo, que creo centros de trabajo para mujeres viudas o separadas y madres solteras; con la finalidad de sentar las bases de un bienestar económico y social.
Cursé mi primero y segundo año de secundaria en la Nocturna Número 2, plantel destinado a estudiantes que teníamos la necesidad de trabajar para aportar al sustento familiar. En algunas ocasiones, al término de las clases de la mencionada secundaria, nos dirigíamos a la llamada zona roja de Colima, ubicada a solo dos cuadras del teatro Hidalgo. Casi todos los estudiantes ya teníamos la mayoría de edad, pero éramos de escasos recursos; no obstante, nos las ingeniábamos para asistir y abstenernos de consumir bebidas embriagantes. Recuerdo que vendían cervezas y no tenían a la venta jaiboles individuales, tenías que comprar la botella completa, cosa que para nosotros era imposible.
El centro nocturno más concurrido en aquellos tiempos fue el llamado “Versalles Club”, en donde el maestro de ceremonias, con iluminación armada utilizando papel celofán de múltiples colores, portando un traje que no era de su talla, quedándole muy holgado y zapatos negros de charol, hacía su aparición al sonar las fanfarrias en el rudimentario equipo de sonido, lanzando la siguiente exclamación: “Versalles Club y su empresaria, la señora Chayo ‘La nanga’, presentan directamente de San Juan de los Lagos, a la reina del afro, la sensual ‘Tanabonga’, quien realizará una corta temporada en este centro nocturno (decían que solamente estaría 5 días, pero en realidad su temporada duraba meses). Suplicamos al respetable no arrojar bachichas a la pista, porque nuestra estrella baila descalza”.
La mencionada bailarina, entrada en años y en kilos, hacía su número solicitando a los asistentes de la primera fila le ayudaran a desprenderse del brasier, cosa que efectivamente realizaban quienes ocupaban esos lugares. Así terminaba la primera variedad de la noche. Eran tres variedades en total.
Otros famosos centros nocturnos, ubicados en la misma zona, fueron: “Las Grutas”, “María Bonita”, “La suerte en Rancho Grande” y el famoso “Palos”.
Ubicado en el barrio El Rastrillo, se encontraba “El Molino Rojo”, cantina cuya propietaria era la famosa Doña Daría. Cabe señalar que los cronistas de aquellos tiempos señalan a este popular barrio, como el lugar donde el candidato a la Presidencia de la República, Francisco I. Madero, en un improvisado templete solicitó el voto de los colimenses, quienes generosamente le brindaron su respaldo, alentados por su lema “Sufragio efectivo. No reelección”.
Por la calle España estaban las cantinas “El Salón México”, de la señora Otilia Mendoza, “La Parranda” y el famoso “Río Rosas”.
Fueron épocas de tranquilidad, en donde no existían grupos criminales que alteraran la paz pública. Se podía asistir a estos lugares sabiendo que el orden no se iba a alterar y regresarías con bien a tu casa.
Esta reseña la corroboró el señor Salvador Jacobo Espíritu, destacado y honesto habitante de la calle España, a quien le agradezco su importante colaboración, ya que a él le tocó vivir plenamente ese tiempo, el cual guarda en su memoria.