La pandemia del Reguetón
Dejando de lado los prejuicios y perjuicios, el reguetón o reggaetón, se ha expandido a nivel global desde hace 20 años y, en nuestro presente, debemos aceptarlo, forma parte de nuestra realidad y componen el soundtrack de vida de una generación que hoy está por cumplir la mayoría de edad.
Al hablar de este género musical, claramente se abre un amplio debate respecto a su calidad, a la influencia que puede tener y que, me atrevo a decir, ha constituido una contracultura que ha permeado en todo el mundo, creando figuras, modelos y un status quo global que se difunde en instagram o tik tok, en el que el éxito se mide por dinero, lujos, sexualidad explícita y fiesta.
Más allá de actitudes moralistas respecto a que si es bueno o no, si el perreo debe incluirse en la rutinas artísticas de los festivales deportivos, si las letras merecen un espacio en las estaciones de radio, el asunto es que debemos entender que el reguetón es primer género musical que transitado libremente y en el que sus fieles consumidores – seguramente su hijo, hija, sobrinos o nietos menores de 20 años-, disfrutan de las canciones de Bad Bunny, J. Balvin, Karol G, Maluma o Nicky Jam en la privacidad de sus dispositivos móviles, sin que usted sepa o no qué escuchan o sin escuchar el grito de “bájale el volumen”, que nosotros sí escuchamos en la sala de la casa.
Si usted y yo tocamos el tema en una charla, seguramente coincidiremos en por qué este género no es, por mucho, lo mejor que hemos escuchado en la historia, quizás, en los mismos términos que nuestros padres se escandalizaron con el metal, la música electrónica, el punk, hip – hop el rap, o, probablemente, como ellos lo vivieron con nuestros abuelos, cuando escuchaban rock and roll.
Al final la música evoluciona y transita como una célula que se divide y modifica su genética para adaptarse a los nuevos entornos para sobrevivir, lo que considero trascendental para el análisis y veo como indispensable es observar su impacto en los consumidores que de manera discreta se están permeando de un lenguaje simple y con alto contenido explícito.
El otro debate está en cuáles son los alcances de las redes de música. Spotify, la plataforma más grande del mundo en este rubro, está en el ojo de críticos, empresarios, músicos y de la industria musical, ya que no tiene forma de controlar el contenido que se sube a la red, que según su último informe es de una canción cada segundo, pero que sólo premia el éxito y no la calidad.
Desde una perspectiva, hay quienes exigen un control y reglamentación de lo que se expone en las plataformas, pero por otra parte se condenan las políticas como Facebook o You Tube donde la censura y comercialización sigue elevándose.
La música, como toda expresión artística, está sujeta al escutrinio público, a los criterios diversos, a lo representativo de una época, lo que creo que al tener los altos indicadores de consumo de reguetón, sobre otros géneros, nos da una descripción clara de una generación que ha crecido en la intimidad propia de las tecnologías de la información, de la priorización de la exteriorización física de la persona, de la exhibición y consumismo basado en la inducción sexual y con un criterio muy simple sobre las expectativas o la proyección de vida.
Creo que hay una generación entera que ha sido afectada por una pandemia que es el reguetón, que no tuvo vacunas, si pensamos en la educación artística como una defensa a su conceptualización de la apreciación musical, percibo, con gran preocupación que hay quienes han materializado una vida de éxito en compartir sus vidas en redes sociales y no en un proyecto de vida que construya a partir de la familia y la sociedad.
En fin, vemos que el reguetón llegó para quedarse y debemos considerar que tenemos que sobrevivir con él, no como una enfermedad, sino como una oportunidad de exigirle a los difusores de contenidos, a los artistas, a los productores musicales más contenido, con el mismo nivel de sus shows que son ideales para una noche en el antro, para unas vacaciones en la playa, pero no como para que sea el ejemplo a seguir de toda una generación.
No sé si en 20 años este género seguirá existiendo, si es así seguramente aprenderemos a disfrutarlo, comprenderlo o exigiendo más. Pero por ahora hay que entender que hay jóvenes que ya escuchan como ‘oldie’ alguna una canción de Daddy Yankee y para eso no hay vuelta atrás.