¿Qué hacen con sus becas las y los estudiantes?
Por Carlos Alberto Pérez Aguilar
No hay tiempos mejores, ni peores, sólo con circunstancias distintas. La realidad de las y los estudiantes en la actualidad es muy dispareja a las que vivimos anteriores generaciones, donde las oportunidades servían sólo para unos cuantos.
Hay que decirles a los estudiantes de hoy que la gran mayoría de los que lograban alcanzar un asiento en los bachilleratos o universidades públicas o privadas, debían sobrellevar el día a día, aspirando a que un título cambiara por completo la forma de vida de ellos y sus familias.
Hay que hacer memoria. Hace 20 o 30 años, tener una beca en la prepa o en la universidad era sólo para prodigiosos alumnos que dedicaban su tiempo entero a sostener esas becas que representaba, para muchos, el gran reconocimiento de las instituciones o empresas a su exigencia académica.
También, hay que decirlo, en algunos casos era una prestación o intercambio de favores para los hijos de ciertas personas porque, tener una beca, era un merecimiento que pocos, muy pocos, podrían pregonar.
Si nos vamos más atrás en el tiempo, hace 50 años, básicamente las becas sólo existían para algunos muy mínimos sectores estudiantiles, específicamente de élites sociales y que se centraban en las grandes universidades del país.
Hace 50 años, recordemos, más del 70 por ciento de la población vivía en entornos rurales donde estudiar era algo, literalmente, lejano y pensar en hacer una carrera universitaria no era un proyecto de vida.
Estos dos grandes núcleos generacionales nos han trazado y han dictado, razonablemente, la consigna para que las y los nuevos jóvenes cuenten con la garantía de estudiar para superarse y “ser alguien” en la vida, anteponiendo las dificultades que hace 50, 30 o 20 años se tuvieron. No es decisión de una sola persona como nos lo quieren hacer ver.
Y es que la decisión del Gobierno de México de aplicar las becas Bienestar, Benito Juárez o Beca universal para nivel medio superior, sin lugar a dudas da respuesta a un principio de luchar institucionalmente para evitar la deserción por falta de recursos económicos, lo cual, parece no generar aspaviento alguno, al entenderse que, la intención, es evitar que los jóvenes dejen la escuela porque no tienen dinero para ello.
Pero ante tal inversión, que representa más de 75 mil millones de pesos en becas cada año, valdría la pena exigir la medición de los resultados y si es que, verdaderamente, existiera un seguimiento institucional para garantizar el cumplimiento de este objetivo que es reducir la deserción escolar. Porque dar sin vigilar o diagnosticar, valdría exactamente lo mismo que no dar.C
Claro que no creo que exista persona alguna que diga que esté mal que se entregue el recurso para becas, lo que es cuestionable, y me parece sumamente preocupante, es que no hay una verdadera estrategia para garantizar el cumplimiento de los propósitos para lo que este plan y las becas fueron creados, haciendo la entrega de recursos a una generación que pudiera convertirse en dependiente o, con una falsa idea de disposición económica sin responsabilidad social alguna.
Si bien el escenario por la pandemia ha sido adverso para la educación en México, como para todo el mundo en materia educativa, la erogación de 2 mil 400 pesos bimestrales para los estudiantes de nivel licenciatura, o los mil 680 pesos al bimestre que reciben los estudiantes de nivel medio superior, de poco han servido para reducir los indicadores de deserción.
Hasta el 2020 el índice de deserción fue del 32 por ciento y este indicador se ha mantenido, llegando hasta el 40 por ciento de deserción entre la población estudiantil con menores recursos, cuya principal causa, según el diagnóstico presentado por el Inegi a través de la Encuesta para la medición del impacto COVID -19 en la Educación, es la falta de recursos.
Aún con becas, desafortunadamente el 24.5 por ciento de la población entre 16 a 18 años (edad de bachillerato) no se inscribe a ningún centro educativo, mientras que el 61.6 por ciento de la población, de 18 a 24 años (edad de estudio de licenciatura), deciden no continuar y únicamente 1 de cada 10 mexicanos, entre 25 a 29 años decide estudiar.
La principal causa que se sigue exponiendo por parte de las y los mexicanos para no estudiar o abandonar los estudios son los recursos económicos, a la par, en el último año, a la contingencia por Covid -19 o, también, la falta de disposición tecnológica para cumplir con las exigencias académicas en esta pandemia, por lo cual, reitero, es necesario revalorar o redimensionar el tema de la funcionalidad en el aprovechamiento de las becas.
Tenemos claro que los montos que se destinan por parte de las instituciones no resuelven las necesidades que afrontan cada estudiante y que la educación, al menos la medio superior y superior, son aún un tema familiar de retos, compromiso o disposición, en su gran mayoría de los padres de familia por ofrecer alternativas de superación a los hijos.
Justo ahí es donde valdría entender que las becas no deben, ni pueden, ser administradas sólo por los estudiantes, o, es tiempo de brindar una estrategia y/o evaluación cualitativa, cuantitativa y referencial al interior de los beneficiarios y sus hogares.
Porque, en el desglose general, podemos tener varias aristas que deben analizarse, desde la circunstancias que enfrenta la o el estudiante que estudia y trabaja, pero que recibe una beca como un bono adicional; él o la estudiante que destina su beca para transporte, o aquella o aquél que apoya los gastos de manutención.
Pero también tenemos las otras vertientes, las de muchas y muchos estudiantes que no enfrentan carencias y que están destinando sus becas a gastos superfluos, banales, e incluso aquellos que han encontrado la forma de sostener alguna adicción a temprana edad gracias al recurso que reciben del Gobierno Federal.
Cuando hacemos el análisis social de lo que ocurre, identificamos que al recibir estos recursos, en gran medida no se aprovechan para fines educativos, sino al contrario, la recepción de estos recursos han evidenciado una inexistente cultura de administración en estos rangos de edad, generando gastos superfluos o ineficientes en temas educativos.
Pensemos, tal y como lo expresa el Presidente: “hoy como nunca antes se invierte en becas en nuestro país”, por ello mismo es, hoy como nunca antes, que las instituciones existentes y las creadas para este fin, no sirvan sólo para hacer transferencias bancarias, sino que se conviertan en modeladores de un significativo cambio generacional, de lo contrario sólo se seguirá viendo esto como un tema clientelar en materia política.
No estaría nada mal reformar por completo el modelo nacional de becas; dejar el mismo monto presupuestado pero sí realizar los diagnósticos, formar, inducir a la valoración de estas aportaciones que no existieron el pasado y que dejaron fuera de estudiar a millones de mexicanos; pienso que mientras la beca no tenga ese significante en la conciencia estudiantil, nunca será valorada.
La beca universal pudiera existir, ¿por qué no?, pero sin demeritar o hacer la diferenciación de aquellos que sí la necesitan, a los casos de miles y miles de adolescentes y jóvenes que renuncian a estudiar por no completar el pasaje para ir a la escuela, por no completar para alimentarse o que enfrentan por condiciones adversas.
No es justo ni para el país, ni para quienes verdaderamente desean estudiar, seguir sosteniendo caprichos de adolescentes y jóvenes que tienen todo para sobrellevar su educación, que reciben un lugar privilegiado en espacios públicos, y que, además, obtienen una beca como un recurso que para ellos sólo sirve para comprar el par de tenis de moda o pagar la fiesta de una noche con las amigas y los amigos.
Revalorar y redimensionar. Hacer justicia no es dar a todos por igual, sino dar al que lo necesita para generar condiciones de igualdad de oportunidades.
No pensemos sólo en el 60 por ciento de jóvenes que van a la prepa, pensemos en el 40 por ciento que nunca fue o dejó de ir; no pensemos sólo en el 30 por ciento que llega a una carrera, sino en el 70 por ciento que no lo tiene en sus planes.
¿Quizás estemos en otros tiempos?, ¿o quizás el problema sea el mismo?, pero en este caso se está invirtiendo muchos recursos en becas, en las que no se le está pidiendo resultados y cuentas a nadie. Quien no necesita la recibe y quien la necesita lo que recibe es muy poco para sobrellevar los gastos de su educación… ¿entonces?, ¿está bien planteado el modelo?, ¿está funcionando?… o tal vez sólo se trata de decir políticamente que ahora, por lo menos, todas u todos reciben algo que antes no.
¿Qué hacen con la becas los estudiantes?, es la pregunta que he escuchado de muchos padres de familia que siguen haciendo la inversión en la educación de sus hijos… ¿En qué se gastan la becas?, también he escuchado esta pregunta de maestras y maestros a quienes las y los estudiantes justifican la falta de recursos para acceder a clases virtuales o hacer trabajos en internet, comprar libros o los gastos de las tareas a distancia. ¿En qué se están gastando ese recurso?.